martes, 22 de marzo de 2011

ARTE DIGITAL DE FERNANDO ANDRADE CANCINO: MARZO 2011: http//md22artemultidisciplina.blogspot.com/


NEURONAS AL SUR I y II


ARTE REACCIONARIO


Del trabajo y la ociosidad


El arte deja de ser para conformar una visión evolutiva de las sensaciones estéticas del individuo, se convierte en un consumo que se debe satisfacer como la ropa o los coches, y entre más extravagante y más caro más encumbra socialmente al comprador.

El trabajo es el gran valor del arte y de las sociedades que buscan la valoración de los individuos por sus méritos. La Revolución Francesa fue el primer movimiento social que estableció que los nobles no tenían virtudes por encima de los ciudadanos y que tampoco tenían privilegios superiores. Estas virtudes, como lo es la gracia cristiana, eran dadas por dios. La guillotina demostró con filosa certeza la falsedad de estas ideas. El arte y el trabajo son intrínsecos, el artista hace. Sus obras son resultado de aprendizaje, largas meditaciones, bocetos, ideas que corrigen o tiran, que llevan a una cadena de búsqueda y pruebas que desemboca en una obra, que al final puede ser fallida o exitosa. Esto es, trabajo. Miguel Ángel les decía a sus asistentes como único consejo estético: Laborare, laborare.
Llegó el arte contemporáneo y sus artistas son la nueva tiranía moderna que no trabaja y cuyo estatus de artista es un designio divino, metafísico. Ellos sólo piensan, son como la corte de María Antonieta que vivía en la ociosidad porque eran privilegiados y el trabajo resultaba una bajeza. No tenían que aprender nada, no tenían que saber nada, se jactaban de su ignorancia, de su displicencia, se burlaban de los necios que se empeñaban en buscar el conocimiento, y por eso llegó la revolución sin que supieran bien qué estaba sucediendo. Condenarlos a la guillotina fue una medida de salud pública, como estipuló Robespierre, para impedir que la sociedad siguiera enferma.
Aprender a dibujar es un camino largo, pintar un lienzo es intentar resolver un problema, habitarlo, rasgarlo con el color o la forma; ser artista contemporáneo no es el resultado de una formación, pues se materializa por decreto, como la nobleza, como las dictaduras, porque pueden hacerlo. Como diría el Marqués de Sade, el abuso del poder es la forma de demostrar quién manda y de ejercer la capacidad sobre los demás. El arte es lo que un grupo decida, una imposición que debe acatar el resto que se queda fuera de su círculo. El artista, privilegiado, ocioso y arrogante, tiene el apoyo institucional y del mercado para ejercer el poder, sin la sucia intromisión de la actitud crítica de los que observan. Para los dictadores y para los nobles, la crítica que no es su cómplice, es su enemiga. La crítica de arte se somete al sistema de producción como al partido en el poder: aceptando y divulgando el discurso oficial. Por gracia de su situación de artistas, como los nobles absolutistas, sus enfermedades o vicios, su inclinación por la vulgaridad, el enaltecimiento del racismo o la violencia, la denigración del erotismo y la sexualidad, hasta las ocurrencias elementales y sin inteligencia, resultan ejemplares y admirables. Este artista no toca la obra, no la realiza, toma lo que sea y lo convierte en pieza de museo, manda hacer sus obras a otros que llama “artesanos”. Si se involucra en la factura dictamina que sus decisiones son correctas, que el resultado siempre es arte y que no está sujeto a una jerarquía de valores que cuestionen el contenido, el resultado de la obra o la calidad. La obra valida al artista como tal en la medida que menosprecie el mérito del trabajo. El trabajo es denigrado, las clases inferiores trabajan, el artista que hace es inferior al que piensa. Reduce el trabajo a una actividad que no implica proceso intelectual. El desprecio no sólo abarca a los artistas verdaderos, es una ofensa a la sociedad trabajadora en general. El artista es un absolutista incuestionable. Eso es comprensible, los cuestionamientos derrumban dictaduras y llevan nobles al exilio o la guillotina.
De la banalidad de las ideas
La forma más efectiva para distraer de los problemas más serios es abordarlos con banalidad y frivolidad. Reducirlos a su mínima expresión. El arte contemporáneo es un predicador de soluciones para cambiar al mundo. Soluciones infantiles, superficiales, que hacen que el problema se vea casi inexistente. Por eso el poder convive con gran comodidad con estas obras. Sus trasgresiones son berrinches adolescentes, la visión de mundo es simplista. Si algo como el narcotráfico se ha reducido a parafernalia costumbrista, si la desigualdad social brutal y cruel que tenemos son paredes cubiertas de pan, si el poder y el imperialismo siguen siendo orejas de Mickey Mouse, logos de empresas multinacionales, si la violencia intrafamiliar y machista son platos con palabras escritas y una cerveza en una mesa, pues que mantengan a los artistas porque sus críticas son tan blandas que representan un placebo cómplice y entreguista.
Recortes de periódicos, encabezados de diarios, el discurso del arte tiene un nivel inferior al de un trabajo escolar de secundaria. Esta banalización de los problemas es un síntoma de la poca implicación social que tienen. El arte contemporáneo es, por encima de todo, elitista. Pretender que la sociedad tiene que pagar y aplaudir porque alguien se orine en público o acepte que un bloque de cemento tiene cualidades suprafísicas es arrogancia social y lo que denuncia es su sentimiento de prepotencia ante su condición artificial de artistas. Esta minoría de edad intelectual en la que se asientan los artistas resulta una ventaja para el Estado, porque le da la coartada de que apoya al arte y a sus “nuevas expresiones” —que ya tienen cien años, todas— y mantiene adormecida a la verdadera conciencia colectiva. La injusticia y la violencia en las prisiones son fotos de llaveros y demás pequeñeces personales; es una obra que paga gustoso un banco o un corporativo porque su frivolidad encubre las verdaderas intenciones de evasión de impuestos y posicionamiento social que necesitan para tener más poder. Por eso todas estas obras que se supone que hacen crítica y que son predicadores light de la “realidad social” son patrocinadas sin problemas por los oligarcas, porque nunca son incómodas al sistema. Este arte es la droga más sofisticada que se ha inventado, tiene anestesiada a la sociedad y hace alucinar a sus adictos haciéndoles creer que son artistas. Como en la Guerra del Opio: dales más, hazles creer que lo son para que no piensen. Si algo sostiene al poder es tener ciudadanos que no cuestionen, que vivan en la comodidad del silencio y la ignorancia.


De la manipulación del pensamiento

El gran discurso retórico de este arte es: Si no te gusta es porque no entiendes. Es la superioridad de un grupo sobre la sociedad entera. El aparato burocrático que exige es para una minoría que desecha el parecer de la sociedad ante sus pobres resultados. La sociedad que paga los museos con sus impuestos está marginada de las manifestaciones de estos artistas, porque no está calificada para presenciarlas. Ese arte es antisocial. Para la derecha la voz popular es una pesadilla, porque por elemental matemática los desprotegidos siempre son mayoría, y esto es un espejo que nunca hay que mirar. Los que están fuera de los beneficios del poder somos casi todos, y ésos no deben tener ni voz ni presencia. El sistema del arte contemporáneo es igual, es su poca vocación social, que explota recursos, necesita infraestructuras complicadas, crea obras efímeras que expolian a las instituciones y no crean acervo, lo que menos quieren es que le gente opine sobre sus resultados y lo que hacen. Entonces los descalifica, no tienen ni la preparación ni la inteligencia para exponer su opinión. Todas las obras son válidas, pero ninguna crítica es válida. Elogios, como a los reyes, bendiciones como a los príncipes, dinero como a los bancos. Eso es lo que necesitan.

De la exaltación de la sociedad de consumo

Rich people decided in the beginning
of the year that they had plenty
of money to spend.
—Marc Porter,
presidente de Christie’s America-

El consumismo es la libertad del capitalismo. Tener el poder adquisitivo de consumir, comprar es lo que reivindica a este sistema económico. Comprar es el orgasmo más correcto que se puede tener: sin contacto físico, sin riesgo de contagio de enfermedades y además es recompensado, porque el que compra vale lo que gasta. En la pirámide del capitalismo la pobreza es un crimen y la riqueza es el pináculo de la gloria. Lo que consume una persona es una carta de presentación. El arte contemporáneo ha llevado el consumo a límites que antes nadie hubiera imaginado. El alarde de riqueza que da pagar precios estratosféricos por basura es una de las demostraciones capitalistas de más violencia y agresividad social que existen. En la compra no interviene el gusto o el placer de mirar una obra, interviene el precio, la relación de fatuidad y costo. La demostración burguesa de imponer el mal gusto porque el que decide la moda es quien puede pagarla. Los precios se disparan por cosas que en su valor real y objetivo es de apenas unos dólares, pero lo que lo lleva a cotizarse en millones es la especulación y el capricho. No es una revolución estética. Es una infraestructura comercial en la que se suben los precios para imponer un estatus de valor inexistente. Este arte representa lo que cuesta, lo que alguien estuvo dispuesto a pagar, ese es todo su valor. El Estado invierte como un alarde de su bonanza económica y paga obras que nunca representan acervo, el dinero se va en obras efímeras o invisibles. Hay que comprar más porque de lo expuesto nada queda, creando una cadena de consumo que se evapora pero que demuestra que ese gobierno invierte. Como esto es moda y su sistema de marketing funciona como todo objeto de consumo, los artistas tienen que ser nuevos, en eso estriba la obsesión con la juventud o la novedad. Todas las obras son en esencia iguales, así, por lo menos que la persona sea diferente. Así desfilan artistas que de un año a otro desaparecen de los catálogos y cuya única misión es ofrecer algo un poco más shockeante, más vulgar, lo que sea, porque este sistema los hace desechables. El arte deja de ser para conformar una visión evolutiva de las sensaciones estéticas del individuo, se convierte en un consumo que se debe satisfacer como la ropa o los coches, y entre más extravagante y más caro más encumbra socialmente al comprador. Si pagan por mierda, por qué cosa no serán capaces de pagar

martes, 15 de marzo de 2011

Marcel Duchamp y el decrecimiento




Marcel Duchamp (1887-1968), fue un artista y ajedrecista francés, grabador de profesión. Tenía las cejas rubias, los ojos grises, la nariz mediana, el mentón redondo, el rostro oval y medía 1,68 metros de altura. No solicitaba nada, vivió siempre con presupuesto limitado, carecía de propiedades (fincas, automóviles, etc.), y ni siguiera poseyó una biblioteca personal. Nunca formó una familia en sentido estricto. Cuando se casó en 1954 con Alexina Sattler, ex mujer de Pierre Matisse, era demasiado tarde (eso dijo al menos) para “producir” descendencia biológica.
Viajó mucho, siempre con poco equipaje, y a veces sólo con lo puesto. Toda su existencia estuvo presidida por el ahorro, aunque entendido éste en un sentido opuesto al de la acumulación previsora de la ética burguesa. Consumir y producir lo mínimo posible era para él una manera elegante de preservar su libertad. Duchamp no se dejaba atrapar ni por una mujer en concreto ni por ningún movimiento artístico o literario (aunque transitó por buena parte de las vanguardias del arte de principios de siglo: Dadá, el Cubismo o el Surrealismo, y fue uno de los artistas que más influyó en el arte moderno). No se sabe bien de qué vivió a lo largo de su vida, y ni siquiera él mismo fue capaz de dar al respecto explicaciones satisfactorias. Es obvio que él no tenía un gran interés por los asuntos económicos.
Un personaje así podría ser un modelo existencial, y no solo filosófico o intelectual, de otra corriente de pensamiento que últimamente está de moda: el decrecimiento, que tiene revistas y todo (en Francia e Italia), y que tiene bastantes intelectuales detrás (Serge Latouche, Nicolas Georgescu-Roeger, Karl Dolangi, Baudrillard y una pléyade de intelectuales más, muchos hispanoamericanos).
Constatan que la sociedad contemporánea, arrastrada por el imperio de lo económico y del crecimiento, está hiper acelerada, insaciablemente ávida de noticias y novedades, sometida a una avalancha de información, anuncios, estímulos y distracciones, que aturde la capacidad de atención, inocula el afán de consumir y tener más cada vez con creciente adicción, frustración e infelicidad.
Esas tendencias buscan el sentido de la vida en otros valores y modos de vida ajenos a la acumulación. No se trata de ascetismo, sino de encontrar la alegría de vivir que obviamente el actual sistema no proporciona. Se quiere subir el nivel de vida concebido de otro modo, con iniciativas como “el buen uso de la lentitud” (Pierre Sansot), el “slow food” (Carlo Petrini), “la simplicidad radical” (Jim Merkel), etc.... Se trata de fomentar el placer de vivir y convivir, desarrollarnos en el sentido de dejar de arrollarnos unos a otros, de tener más tiempo libre, crecer en creatividad, y ser ciudadanos responsables con un mundo bello y frágil, en el que todavía se pueda disfrutar de la naturaleza sin estar rodeado de basura.
Antecedentes históricos no faltan, desde que el oráculo de Delfos dijera “de nada demasiado”, la historia nos ha ido recordando filosofías de moderación, como el confucianismo que enseña “tanto el exceso como la carencia son nocivos”, o el clásico taoista Lao Tsi que dice: “Quien sabe contestarse es rico”; también la Biblia nos dice “no me des pobreza ni riqueza” (Proverbios), o la metáfora del camello y el ojo de la aguja cuando el evangelio de Mateo nos habla de los ricos. En fin, hasta Benjamín Franklin escribió que “el dinero nunca hizo feliz a nadie, ni lo hará... Cuanto más tienes más quieres. En vez de llenar un vaso vacío, lo crea...”.
Supongo que siempre ha habido utopías e ilusos, pero el pensamiento ecologista y su crítica están haciendo mella, y los desastres naturales que nos rodean y se aceleran, están poniendo nerviosos a los políticos y a los poderosos, el planeta se calienta, la energía escasea y los recursos naturales desaparecen, mientras cada vez hay más pobres y son menos pacíficos. A algunos no les salen las cuentas, empiezan a pensar, casi seguro que demasiado tarde, que las teorías del crecimiento son insostenibles. Algunos países desarrollados intentar razonar y paliar su despilfarro, pero los países emergentes, con economías sin escrúpulos, los invaden y colonizan, con más destrucción y más pobreza y desigualdad, gracias al “invento” de la globalización. No parece haber salida.
A estas alturas, desde luego, nos reímos de todo eso. La gente ha aceptado la idea de su propia muerte individual, así que ¿por qué debería perturbar su paz mental la muerte de su civilización? A mí también, como a los demás, debería darme igual todo eso. Coherentemente dejo a los ecologistas la tarea de impulsar proyectos colectivos de decrecimento y de crítica del capitalismo.
Lo único que pretendo es vivir mejor. Me pondré manos a la obra a mi modo: haciendo una lista más. Esta vez la lista será de las cosas que debería hacer para decrecer, ¿la cumpliré?.
- Hacer uso de la lentitud deliberada y liberarse de la velocidad y la prisa.
- Comprar cada día una cosa menos.
- Pasear y charlar con los amigos.
- No coger el coche a menos que sea imprescindible.
- Practicar la siesta.
- Vivir en el campo y, si no puedo, estar más en el campo.
- Aburrirme.
- Defender los tranquilos placeres materiales y sensuales, que proporcionen un goce lento y prolongado.
- Escribir y leer.
- Comprar menos alimentos envasados, menos en plásticos, tetabricks, etc...
- Reciclar toda mi basura.
- No escuchar, leer, ver noticias o novedades, ni en la radio, ni en la tele ni en los periódicos, sino hablar con la gente.
- Crear tiempo libre para la creatividad: música, pintura, artesanía, cocina, jardinería, conversación...
- Trabajar lo menos posible, reduciendo mis necesidades
(Fuente: suplemento “Culturas”. La Vanguardia. Dibujos de Andy Singer. 12/III/2011)




lunes, 7 de marzo de 2011

Poesía y humor de Gabriel Orozco, en Londres











 Con un toque negro, que impregna la obra del mexicano Gabriel Orozco, esta ha llegado a la Tate Modern, de Londres.

Orozco es un artista polifacético, que trabaja en distintos soportes, desde la escultura a la fotografía, pasando por la pintura, el dibujo y los llamados "objets trouvés", que él, sin embargo, manipula lúdicamente.

Cuando otros, como Jeff Koons, recurren en sus creaciones al gigantismo y a lo espectacular, las más de las veces simplemente decorativo, Orozco muestra que lo pequeño y lo humilde es hermoso y nos conmueve mucho más.

Lo primero que encuentra el visitante a la exposición, que estará abierta desde el miércoles hasta el 25 de abril, es una foto que muestra el torso, los brazos y las manos de artista imprimiendo sus dedos en una masa de arcilla.

El resultado de ese gesto, titulado "Mis manos son mi corazón" , aparece en una vitrina próxima: un trozo de arcilla con la huella que han dejado sus dedos y con la forma aproximada del músculo cardíaco.

Otro de los objetos más icónicos es una calavera auténtica sobre cuya superficie el artista dibujó con grafito pequeños cuadrados negros como los de un tablero de ajedrez, que se van luego distorsionando y adquiriendo una forma romboidea.

Según cuenta una de las comisarias de la exposición, la española Iria Candela, esa obra es anterior a la famosa calavera tachonada de diamantes del británico Damien Hirst, quien supuestamente se la quiso comprar a Orozco.

Es en cualquier caso como otras de las obras de la exposición, por ejemplo, la titulada "Pelvis" , ejecutada en barro y que muestra esa parte del esqueleto, además del torso, una cabeza y los húmeros; un "memento mori" que Candela relaciona con la influencia del barroco español en la cultura mexicana.

Orozco siente por otro lado una clara fascinación por todo lo que implica movimiento y, así, una de las obras más impactantes de la exposición es un viejo Citroen DS que encontró en un cementerio de coches en París y que seccionó en tres para eliminar la parte central y reconstruirlo de nuevo.

El automóvil adquiere así, no sólo una forma más aerodinámica, sino que, por otro lado, se parece más a un féretro, en lo que podría considerarse una alusión a los muertos en las carreteras.

Otros objetos industriales modificados y convertidos en esculturas son unas bicicletas de Rotterdam a las que eliminó sillines y manillares y que volvió a ensamblar para formar con ellos una original escultura, o el ascensor que sacó de un viejo edificio de Chicago y que también seccionó para acomodarlo a su propia altura.

Muy humorística es la mesa de billar ovalada con tres bolas, dos blancas y una roja colgada del techo a modo de péndulo, con la que el visitante puede jugar utilizando los tacos que encuentra a la entrada de la sala; como poético es el tablero de ajedrez multiplicado por cuatro en el que la única figura es el caballo. Su título: "Caballos corriendo sin fin".

Hay también una escultura cinética consistente en un ventilador de techo con hojas de papel higiénico suspendidas de las aspas que no dejan de girar, obra concebida en una visita a la India por este artista viajero.

Una instalación creada especialmente para la Tate es la titulada "Chicotes" , para la que Orozco reunió restos de neumáticos que se reventaron en las carreteras de México y que siguen oliendo a goma quemada.

Muy representativa de su poesía de lo efímero es la instalación "Linteles" , en la que el artista ha utilizado los materiales residuales de todo tipo -desde trozos de tela hasta pelos- que se quedan en los filtros de las secadoras de las lavanderías, y que el artista ha colgado de cuerdas como si se tratara de ropa puesta a secar.

Para la obra titulada "Dial Tone" , Orozco troceó las páginas de un listín telefónico de Nueva York y pegó los números, unos junto a otros, sin los nombres de las personas a las que correspondían, en un rollo de papel de arroz japonés de diez metros de largo, mientras que en otra ocasión extrajo y reprodujo las frases más significativas de las necrológicas de distintas personas aparecidas en "The New York Times".




Narcoiglesia

 


Obras de la serie La rebelión de los iconos, realizadas con cobijas auténticas de personas asesinadas en Sinaloa. Fotos: Jesús García





¿Lo personal es político? ¿Tendrá sentido contar aquí la temprana orfandad de una madre, la mía, obsesionada con la violencia de su tierra? Antes de responder, permítaseme contar que hace dos semanas se presentó en Ex Teresa Arte Actual “La rebelión de los iconos” exposición de Rosa María Robles, la artista sinaloense que escandalizó a las autoridades de su natal Culiacán, en 2007, a causa de la “Alfombra roja”, pieza compuesta con ocho cobijas ensangrentadas previamente usadas por el crimen organizado para envolver los cuerpos de sus víctimas. Robles no exponía en la Ciudad de México desde hace 20 años, cuando todavía hacía escultura en troncos de madera. Aún así, el jueves 17 de febrero el numeroso público llegó temprano a la Capilla del Señor de la iglesia de Santa Teresa la Antigua, hoy el museo Ex Teresa.
La ahora video-instalacionista y artista del performance presentaría, media hora después, una acción presidida por las copias en gran formato de dos autorretratos fotográficos (los originales son parte de la exposición “Navajas” que aún estaba en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam de La Habana). Por coincidencia me crucé con Robles en la esquina de Moneda, cuando ella iba a grabar, lo vería después en el video, la ceremonia donde la bandera nacional es tomada en brazos por los soldados. No sabía que hasta las 19:30, en la escalinata del altar, un hombre vestido de negro, con tatuajes y piercings, extraería a la artista 600 mililitros de sangre. El acto no me impresionó, aunque a mi lado una chica se asustaba cada vez que la sangre era depositada en una bolsa transparente de hospital. Hasta entonces —sin haber visto las imágenes donde esta artista, que me interesa mucho, encarna a La Piedad de Miguel Ángel—, su propuesta estética no me había sido suficiente porque la sangre es un lugar común del género del performance. Y también porque la sentí como efectismo.
Cuando Robles caminó entre el público, rumbo a un muro tapado con periódicos, me rezagué detrás del gentío. Atrás quedó una estrecha alfombra blanca que se detenía ante el altar. Me subí a una columna junto con dos adolescentes pero ni así vimos cuando ella depositó su sangre en un cáliz dorado y la untó desordenadamente sobre otro lienzo. Esto que describo lo vi al día siguiente en el video donde se registró la acción, una obra mucho más lograda que el performance, mucho más elocuente y auténtica en su carga dramática gracias, tal vez, a la distancia impuesta por la cámara. Cuando por fin me colé, el lienzo manchado con la sangre de la artista —su protesta porque por ley no puede usar las “auténticas” mantas de los “encobijados”—, ya cubría un taburete alto. Sobre él estaba el cáliz. Inesperadamente alguien dijo: “Ya chole de mole”. Varios reímos discretamente. En el muro había un mensaje hasta cierto punto retórico: “La sangre que de mi cuerpo he vertido pretende poner sobre el altar de esa institución su relación oscura, oculta y a menudo descaradamente abierta con el narco... la narcoiglesia”.
Lo que sí me cimbró, en cambio, fueron las obras situadas en los extremos de la nave: La Piedad y El Ángel de la Independencia, ya mencionadas. Allí se alude al crimen organizado empleando, de nuevo, las cobijas del narcotráfico. Pieza excepcional, la video-instalación de La Piedad es una reinterpretación inteligente y actual de Miguel Ángel. Ahí la artista sostiene en brazos una cobija ensangrentada que semeja un cuerpo en desmayo. A sus pies la proyección de 365 fotografías de cadáveres, de Fernando Brito, premiado por World Press Photo 2011 por una de esas fotos, se convierte en una experiencia dolorosa de este México convulsionado. Pude verlo en las miradas del público. Allí, de hecho, le di el golpe a exposición. Ahí me abismé en el recuerdo de mi madre obsesionada con su padre asesinado. ¿Lo personal es político? ¿Tiene sentido que narre la temprana orfandad de una madre, la mía, abrumada por la violencia en su Culiacán amado? Lo sabré en otro momento, en otra crónica mucho más extensa. Ahora sólo queda decir que volví a Ex Teresa dos veces más. Una persona compasiva, encarnada por la artista pero también por mí, había sentido piedad, sin saberlo, por aquella niñita huérfana que fue mi madre en los años cuarenta. (Milenio)

El arte contemporáneo es una tiranía mediocre: Lésper




En esta entrevista, la crítica de arte Avelina Lésper habla acerca de los trasfondos sociales de la corriente.
Guadalajara.- Hace un par de días, presentamos la visión de Patrick Charpenel, un tapatío mecenas y promotor del arte contemporáneo en donde afirma que esta expresión es incluyente y crítica. Aquí, le ofrecemos una entrevista con Avelina Lésper, una crítica que diverge de ello.
¿Cómo percibes el arte contemporáneo?
Creo que es una corriente que ha venido a dañar muchísimo la manera en que percibimos el arte y lo que vemos en los museos. Fomenta un relativismo según el cuál todo es arte y todos pueden ser artistas, con el simple hecho de construir un discurso que medianamente sustente un planteamiento cualquiera. Es una especie de tiranía, en donde el arte es lo que un grupo decide que lo es.
¿Por qué es una expresión tiránica?
Porque es una imposición que deben acatar los demás. Se trata de artistas privilegiados y ociosos que cuentan con el apoyo del mercado y de las instituciones para ejercer un poder en donde no cabe la actitud crítica de quienes observan. Por eso es tiránico y además es mediocre por lo simplista del mensaje.
¿Ves al arte contemporáneo como un arte para todos, con críticas al estatus quo en que vivimos?
Por supuesto que no lo es. Es un discurso infantil, con nivel de secundaria en donde las críticas son totalmente superficiales y simplistas. Si hubiera una trasgresión real al orden político y social, entonces no podríamos explicarnos que sea este mismo aparato el más apoya y fomenta estas expresiones. Sus críticas son berrinches infantiles y ante eso, la oligarquía que marca los pasos de la sociedad está muy cómoda. Por eso, gustosos, invierten dinero en ello, porque les sirve para evadir impuestos y para legitimarse socialmente.
¿Qué futuro le ves al arte contemporáneo?
Es una moda de élite en donde se exalta el consumismo y se pagan cantidades exorbitantes de dinero en donde el que compra vale lo que gasta. Para ellos, ‘si no te gusta, es porque no entiendes, no tienes el bagaje necesario’ Yo invito a al público a que exprese sin miedo su opinión. En la medida en que quitemos este yugo y digamos qué no nos comunica y por qué, será como podamos ir evolucionando. Ha hecho un grave daño a las instituciones, pero es una moda que pasará de largo. (Milenio)