Aquí estuvo Duchamp
cONFERENCIA IMPARTIDA EN EL SEGUNDO CONGRESO NACIONAL “LAS ARTES PLÁSTICAS Y VISUALES EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO” OGANIZADO POR SOCIEDAD DE ALUMNOS Y LA ESCUELA DE PINTURA, ESCULTURA Y ARTESANÍAS DE LA UNIVERSIDAD JUÁREZ DEL ETADO DE DURANGO
Fernando Andrade Cancino
“Uno de los saldos intocados del régimen priista que nos ha dominado 70 años (80 en Dgo.), es la certeza –escribió Luis González de Alba en “El Priísmo en la cultura”-, nacional-revolucionaria, de que el gobierno debe tener una política cultural. Y que eso significa promover a los artistas con becas para darles oportunidad de entregarse por completo a su obra creativa, espacios para exposiciones, financiamiento del cine y el teatro, atención y seguimiento a cuanto nombre pueda algún día ser renombre.
“Por supuesto, tener una política cultural trae beneficios, no al país, sino al gobierno. Lo sabían los Medici y los papas del Renacimiento. Lo gastado en política cultural es una inversión que ofrece al gobierno buenas tasas de interés porque la elite cultural tiene acceso privilegiado a los medios, escritos y electrónicos. Gobierno que pierde a ese par de centenares de abajofirmantes notables, es gobierno derrotado.
“Que el gobierno deba tener una política “cultural”, cuando por eso se entiende participar en la producción de cine, literatura, teatro, pintura, escultura, música, danza y otras manifestaciones, no es sino la expresión del deseo infantil de que nunca nos falte un padre que nos mantenga.
“Cuando se habla de “política cultural” se está pensando en las diversas expresiones del arte. Y no veo por qué los fondos públicos deban desviarse a alentar la creación de obras que están más reguladas por la moda que por lineamientos objetivos.
“Sin entrar a definirla, todos sabemos lo que significa “ciencia”. Pero hace tiempo ya no sabemos dónde comienza y termina “pintura”, “música” y otros lenguajes, como el video, la instalación o eso que llaman “performance””.
“Los albañiles viven de su trabajo, pero los escritores exigen que los mantenga el gobierno; los pintores de brocha gorda cobran y sus clientes pagan, ¿por qué debe ser distinto con el cuadro? Todos pagamos sin discutir el cine, pero el teatro debe estar a cargo del gobierno, o sea a cargo de quien paga impuestos.
“La cultura deja de ser el conjunto de conocimientos propios de un pueblo en una época, para ser algo definido por una elite social que va desde los mimos de las plazas, o del corredor Constitución, a los “performanceros” punks, hasta el pintor cotizado en Puerto Vallarta o Guadalajara.
“Se abren pues dos tareas imposibles: una, definir, en estos tiempos, qué es arte y qué no lo es, y otra, quiénes deben ser los jueces que definan quién merece que lo mantenga el gobierno.
“No tenemos una definición para arte, como la tenemos -así sea intuitiva- para ciencia. La gente tiene derecho a investigar cuanto quiera en el terreno de la estética; la pregunta, cuando se exige al gobierno tener una “política cultural”, es ¿por qué debemos pagar los ciudadanos sus ocurrencias a algunos de los artistas, con o sin comillas? En una exposición vi unas mallas de alambre retorcidas acomodadas sobre el suelo y en otra casi me tropiezo con la Obra Maestra, una tele vieja atravesada por un tubo de neón, y una computadora derretida con un soplete. Bien por quien lo quiera hacer, y bien por quien desee ir a verlo y hasta pagar por entrar. Pero, ¿a nombre de qué debemos pagar eso con nuestros impuestos?, ¿qué sí y qué no?, ¿quién decide?
“Estamos en el pantano sin salida de las definiciones estéticas”: a mí me gustan, y mucho, las pinturas de Víctor Noé Chacón, pero hay personas inteligentes y cultas que las aborrecen; una tele rota atravesada con algo he visto en los tiraderos de basura. Si hay cliente, que pague. Estamos en el terreno firme del mercado. Pero también el mercado es veleidoso, no sólo en los precios del petróleo que ni USA ha logrado abatir, sino en los precios del arte, con o sin comillas. De pronto la moda es Demian Hirst, así como vuelve a usarse el pelo largo en los jóvenes o las botas picudas. El temor a rechazar a un genio, paraliza los comités de selección y abre la puerta al relativismo social que todo lo arrasa... ¿y si las mallas de alambre que pisé las adquiere mañana un museo? Oh, Dios, voy a quedar como el malo o el tonto la película.
“En resumen: nadie tiene derecho a arrogarse el poder de decisión sobre lo que es bello o no lo es, mucho menos el gobierno. Por eso la cultura es asunto de la sociedad, no de los políticos de turno. Y la mejor política cultural de un gobierno es la ausencia de política cultural: que el mimo callejero, el actor y el escritor vivan de su trabajo... o de la chamba que puedan, como Kafka, como Rimbaud, como Pessoa, como Villaurrutia, como Gorostiza, como Pound, como Víctor Noé Chacón... como todos, pues nadie tiene derecho a decidir, por anticipado, qué páginas deben pagar nuestros impuestos y cuáles no. Así, una ciudad cuyos habitantes no crean necesario pagar su entrada para escuchar una orquesta sinfónica, no debe tenerla.
“El problema para explicar el sentido del arte del siglo XX al XXI –nos dice Mario Rodríguez Guerras en “¿Esto es arte? (Revista Replicante)- se debe a la dificultad de dar una definición del arte que abarque los distintos periodos de su historia. Tal hecho ha permitido que muchos autores hayan confeccionado obras que se ajustan al criterio de algún teórico y por ello deben ser admitidas por la crítica. Otras veces alguien imita el trabajo de otro artista reconocido y tampoco se tienen razones para negarle la calificación de artista.
“Por otra parte, la consideración del arte del siglo XX al XXI, como trasgresor, nada dice de la obra sino de su uso. La mayoría de los artistas son personas comprometidas, de la misma forma que durante muchos siglos los artistas eran creyentes. Pero sería absurdo analizar el trabajo de Miguel Ángel, Leonardo y Rafael por su contenido religioso. En cambio, los críticos modernos aceptan revisar obras del siglo XX al XXI por su intención.
“Por lo tanto, para entender el arte debemos aclarar qué es el arte, pues no parece que se haya llegado a ofrecer respuesta a tan necesaria cuestión, y las teorías tan diversas han resultado incomprendidas por el público y hasta por los artistas, que quedan, con tantas explicaciones, más confundidos que sin ellas.
“Podemos decir que el arte es la expresión del sentimiento del hombre. Pero debemos precisar. En primer lugar, debemos ampliarnos diciendo: cuando se conoce el mundo. En segundo lugar, observamos que esta definición supone al artista como hombre universal, como sujeto cognoscente de la humanidad.
“Así, tal definición podría ser aplicada a los artistas griegos, y a los pocos que han existido después de ellos con sus mismas características. Y así es: fuera de las obras supremas, las que expresan el conocimiento del Hombre, no hay Arte. Pero nos queda el arte que expresa el sentimiento individual del hombre y que, en los siglo XX-XXI, a la vista de sus expresiones, ha planteado una relativa incomprensión.
“¿Por qué desapareció el arte griego? Porque el hombre desea el cambio. El arte griego evolucionó hasta este siglo XXI pero no, como se ha venido creyendo, como degeneración de las formas, sino en el modo de pensar que dio lugar a esas formas. ¿Cómo si no podría mostrarse tan continua la historia del arte? Sobre el arte del siglo XX se ha pensado que fue una imitación de las primeras vanguardias. Pero no ha sido así. Se sorprenden los sabios del origen simultáneo y variado del arte abstracto y del arte pop. El origen está en la evolución del modo de pensar, que es algo general de un tiempo.
“Cuando analizamos una obra debemos preguntar cuál es su sentido, o si tiene alguno, y si le posee determinamos que es arte. Sin conocer el sentido, no distinguimos la intención —ya sabemos que nosotros debemos distinguir la intención interna (el sentido) de la externa (la utilización)-. Por eso hoy no tendría sentido pintar como Miguel Ángel, porque cada tiempo exige una aportación. Determinado el sentido que corresponde a su tiempo, debemos valorar la altura del estilo resultante con respecto a otros.
“El arte del siglo XX se caracterizó por tres factores bien percibidos por la crítica pero mal valorados:
1.
“Las vanguardias realizaron un estudio científico de la obra de arte, lo cual significó analizar sus elementos: materia, técnica y figura. El artista de ese siglo no realizó arte sino ciencia (salvo excepciones). El estudio científico presenta los elementos que estudia por separado y tales elementos son objetos. Las obras de los artistas fueron la exposición de los componentes del arte, que presentó objetos en lugar de arte, como manifestó Duchamp y numerosos artistas y como confirmó la teoría. El error no es de descripción, es de interpretación. El artista no reduce el arte a un objeto sino que nunca hace arte, luego no precisa reducirle, y lo que hace es mostrar ese objeto.
2.
a)“La valoración, por ejemplo, de los cuadros negros de Beatriz Zamora, o de Frank Stella, sólo nos demuestra que el pensamiento del siglo XX fue un pensamiento racional. Por irrefutables que resulten los argumentos con los que se justifiquen esas obras (y todas las de contenido similar) no dejan de ser unas rayas negras. La satisfacción que pueda producir su contemplación es el indicador del grado de sensibilidad de quien juzga.
Los griegos creían en las ideas eternas; los romanos, en el poder terrenal; el hombre del Renacimiento en la belleza, y el hombre moderno en la ciencia. Y, en cada época, el hombre ha producido las obras de arte que se ajustan al pensamiento de su tiempo.
“b)Aun así, nosotros afirmamos que tales obras poseen un sentido y que son necesarias. De esta forma, se entiende que se llamen obras de arte a esas construcciones tan vacías de emociones. Se precisan como forma de continuidad del arte anterior como forma de evolución inevitable, por lo que resultan imprescindibles, ya que sin ellas no se podría dar el siguiente paso de la evolución cultural. Pero que sean necesarias no dice nada de su valor, mejor dicho, del grado de su valor. El contenido de estas obras es, en ocasiones, tan pequeño que se agota con una mirada, después de la cual no merece la pena volver a verlas —suponiendo que con esa mirada se haya captado su sentido.
“El que en el siglo XX las obras de arte (hablando de aquellas cuya catalogación como arte nos sorprende) poseyeran un sentido artístico, no significó que tuvieran un valor artístico. Por eso, desde el punto de vista del contenido, negamos que fueran arte, mientras que como necesidad de expresar una determinada forma de pensamiento, afirmamos que lo fueron. En el siglo XX hay obras de arte intrascendentes porque, a diferencia de tiempos precedentes en los que el artista mostraba el conocimiento del hombre a través de sus sentimientos, en ese siglo mostró conocimientos científicos sobre el arte.
3
“El último aspecto, el del anonimato (R. Mutt), es otra postura del artista honesta y coherente con la labor realizada, la de ofrecer un catálogo de elementos de construcción artística; labor absolutamente aséptica, carente de individualidad y sin mérito alguno que pueda reclamar su autor.
“Los artistas del siglo XX realizaron una labor necesaria. Estaban obligados a ejecutarla, les gustara o no. La causa, el desarrollo del principio generador, existió, luego resultó inevitable que, en ese preciso momento, el arte se trasformara en ciencia.”
En su ensayo “Relexiones en torno al arte actual (La espectacular dimensión de la apariencia)”, Alfredo Flores Richaud dice que “Hablar de movimientos o tendencias en México es hablar más bien de la moda, de la parafernalia, del mercado, de los estereotipos, de los lugares comunes establecidos como verdades absolutas, de los quince minutos de fama que los artistas anhelan con el aval incondicional y trillado del medio cultural, y de un comercio acrítico al que le interesa menos el arte que el negocio del arte.
Si el arte falla hoy en este país, y aparentemente también en Francia, se debe a que no hay espíritu de rebeldía; no hay ideas nuevas que surjan de los artistas jóvenes. Éstos pretenden lo mismo que sus predecesores, si bien intentando superarlos. Sin embargo, en el arte la perfección no existe. Y siempre se produce una pausa artística cuando los artistas de un periodo determinado se contentan con reanudar el trabajo de un predecesor en el punto donde éste lo ha
abandonado y con intentar proseguir lo que hacía.
—Marcel Duchamp, Nueva York, 1946
El arte moderno comienza a perder sus poderes de negación. Desde hace años sus negaciones son repeticiones rituales: la rebeldía convertida en procedimiento, la crítica en retórica, la trasgresión en ceremonia. La negación ha dejado de ser creadora. No digo que vivimos el fin del arte: vivimos el fin de la idea de arte moderno.
—Octavio Paz, Los hijos del limo (“El ocaso de la vanguardia”), 1974
“Octavio Paz y Marcel Duchamp avistaron con ojos críticos la creación artística del S XX y sus renovadoras concepciones del arte -convertidas ahora en estereotipos estilísticos-, que Duchamp, literalmente, destapó con el mingitorio (Fuente) y sus otras aportaciones en las primeras décadas del siglo XX.
Ahora se repiten de manera redundante y fastidiosa esas ideas sin ninguna reflexión crítica o irónica. Se apropian como verdades y se convierten en Academia, algo que el artista francés siempre eludió de manera honesta e inteligente, y que lúcidamente Octavio Paz supo analizar hacia la segunda mitad del siglo pasado.
“Por supuesto, no es posible hablar de “propuestas anticipatorias (sic) del desarrollo de las artes plásticas en el presente milenio en México”, como llegaron a proponer en unas supuestas Jornadas Artísticas hacia el fin del siglo XX. Pero se puede prever —es muy obvio— el predominio de las ofertas que hace unas décadas eran vanguardistas y que todavía ahora siguen sorprendiendo a un público incauto, a cierta crítica redundante, a despistados pero avispados artistas, a ciertos curadores arribistas y a un mercado del arte convencional.
“El desarrollo del arte en México (con rarísimas excepciones constituidas por individualidades) ha dependido más bien de lo que sucede en el extranjero y, en muchos casos, no ha sido más que la apropiación, por decir lo menos, cuando no el hurto o el fusil descarado. Pues cuando en México se ha dado una tendencia de rompimiento como, por ejemplo, la tan alabada y argumentada por la crítica como La Generación de Ruptura, este “rompimiento” ha sido novedoso juzgado al interior del país, pero repetitivo y redundante visto desde la perspectiva internacional del arte.
“Hay un cierto tipo de artista, muy común en el medio mexicano, que opta por el camino del éxito inmediato, del beneficio del aparecer y parecer, del estatus. Por lo que el arduo sendero de la introspección, del conocimiento y de la
búsqueda personal e intuitiva le resulta insípido, ya que prefiere encontrar un valor de pesos y medidas, en vez de buscar un valor de sensibilidad espiritual y de ideas originales, pues éste último es más etéreo y por lo tanto más difícil de calibrar, de pesarse, de medirse, de exhibirse y aplaudirse.
“Una constante en el quehacer artístico referido casi a cualquier tiempo, medio o tendencia estética es la ausencia casi total de crítica, autocrítica y perspectiva histórica respecto de las influencias externas. Por lo que se sobrevive reinventando el agua tibia y el hilo negro. Otro de los problemas del medio de las artes plásticas es que la gran mayoría de las personas allegadas a éste, como creadores y promotores, están más interesadas en los valores sociales de esta profesión que en tratar de experimentar, comprender o descubrir los valores artísticos y en transmitir una idea personal. En cambio, lo que vemos es cómo se producen infinidad de productos-réplicas para acceder al éxito inmediato porque se cumplen los requisitos del último grito de la moda (como la actual del Hiperrealismo o Realismo fotográfico), o porque es lo que se premia y vende en la última Bienal Internacional (instalaciones y performances).
“Esta crisis se refleja no sólo en México sino también en el mundo: la sobre explotación de ciertos procedimientos, el abuso indiscriminado de algunos recursos, el fraude de fórmulas estilísticas que han desgastado muchos discursos plásticos. Discursos en los que se ha perdido la capacidad de sorpresa y se ha desembocado inevitablemente en un exceso de arte aparente.
“Ante la falta de imaginación visual y de ideas creativas éstas se han sustituido por explicaciones innecesarias y no solicitadas, por racionalismos seudo-cientificistas o dizque filosóficos, por peculiaridades repulsivas, por manías estilísticas e historiográficas, por obsesiones técnicas, por réplicas vanguardistas, por ocurrencias simpáticas, sociologismo, documentalismo, periodismo, pegotes.
“Sólo hay que analizar de qué manera se ha abusado, a lo largo del siglo pasado y del presente, de la original idea del ready-made, que ya desde l966 Duchamp la sospechaba cuando declaró:
Cabe señalar que definitivamente no quiero crear una escuela del ready-made ni mucho menos [...] sé bien que el ready-made conlleva un peligro inminente: la facilidad con la que puede ser producido. Si cada año se produjeran decenas de miles de ready-mades sería algo extremadamente monótono e irritante. Por ello recomendaría que se restringiera la producción de ready-mades.
“Eso que él temía hace más de cinco décadas se ha convertido en una triste realidad con la multitud de imitadores de su obra original e irrepetible. Pero lo que sucede con Duchamp sucede también con otros pintores y artistas relevantes modernos y contemporáneos. Pareciera que una de las constantes de la producción artística reciente es la copia y el refrito, en que se ponen a circular todos los estereotipos de las creaciones originales de principios de siglo pasado, o hasta de mediados del S XIX, como el Prerrafaelismo, combinadas con ligeras aportaciones de las vanguardias (Realismo fotográfico). El resultado es que casi no existen propuestas como no sea en su afán de recombinar diversas soluciones para obtener una aparente nueva lectura.
“Los noventa del S. XX develaron un boom de refritos desde Joseph Beuys a, otra vez, Duchamp, en los que, por ejemplo, se suplantaba su famoso mingitorio por una patriotera bacinica de peltre. O réplicas del neo-expresionismo, y de las trans-vanguardias e infatigablemente actitudes “rebeldes” neo-post-dadaistas, en las cuales nunca faltaba un desnudo, un poco de sangre, algún animal muerto, algo de “escándalo” y… mucho aburrimiento. O alguna sobria instalación u objeto plástico que reciclara una figura de cómic y de ciertos elementos de la cultura popular o de la producción industrial y que pretendía, una vez más, descontextualizar al objeto (otra vez el ready-made) para ofrecerlo en el mercado como una propuesta inteligente y de vanguardia. O, por el contrario, una pintura que vendiera los recursos de la mancha, la textura y la espontaneidad como sinónimos de sensibilidad y libertad opuestos al racionalismo de las vanguardias. Pero éstos no son más que los extremos que se tocan, pues el defecto no está en la tendencia, en el recurso o en el procedimiento, sino en la facilidad para sustituir un mundo interior con uno prestado. Para agenciarse una intuición y una creatividad ajenas y así obtener un aplauso sospechoso. Así, la ausencia de una idea creativa puede ser ocultada o sustituida por un desplante, por una puntada, por una exaltación, por una explicación, por una irreverencia figurada, por un discurso, por un desafío aparente, por un efecto, por un prestigio robado.
“Hasta que llega el momento reciente en que se sustituye al objeto artístico por su sombra y se considera más importante el afecto por el efecto, o sea la disquisición, la adquisición, la apropiación, el “escándalo”, la ocurrencia, la aparente singularidad, el éxito supuesto, que la obra en sí misma.
“Hoy se pone en duda el lenguaje visual como un medio idóneo para comunicar no sólo sensaciones sino también ideas. De ese prejuicio dizque conceptual proviene el poner el énfasis (en los artistas vanguardistas y hasta en algunos pintores) en los elementos literarios, en lo explicativo, redundante y narrativo en detrimento de lo puramente visual. De ese prejuicio ha surgido también una supuesta lucha entre el conceptualismo, el objetualismo y las vanguardias aparentes versus la pintura. O de la pintura versus la tecnología.
Todas las decisiones [del autor] en la ejecución artística de la obra se basan en la intuición pura y no pueden traducirse en autoanálisis expresado de palabra o por escrito,
ni siquiera pensado.
—Marcel Duchamp
“El desarrollo del arte en México, de unas décadas para acá, ha sido definido en gran medida por los (pre)juicios de la crítica y de la curaduría que en ocasiones prefiere valorar las réplicas mexicanas de las tendencias o de los artistas en boga, en lugar de apreciar los escasos talentos creativos que de vez en cuando surgen en México.
“Muchas de las cuestiones esbozadas aquí provienen de que en esta época, con diferencias más marcadas que en los movimientos de principios y de mediados del siglo XX, el arte proviene del arte, no de una búsqueda personal y de una experiencia vital del creador. Pero ya lo expresaron los sabios: el genio abreva directamente de la realidad y de su ardua experiencia en el mundo. El resto, más o menos “talentoso” emanan y maman del arte, de la certidumbre contingente, del estilo ajeno, son satélites alrededor de mundos prestados.
“Éste siglo XXI se inició con sensibilidades prestadas, con inteligencias explicativas, con intereses extra artísticos, con desafíos aparentes, con ocurrencias sin gracia, con vanguardismos que dan sueño o náuseas. Con artistas cuyo interés, que no curiosidad, se reduce sólo a aquello que es una fórmula de éxito probado e inmediato, aquello que es actual en este preciso instante y que mañana, tal vez, no sea más que otra llamarada de petate vanguardista sin ninguna trascendencia o valor artístico.
“Parece que el exceso de (des)información, la saturación de los medios, el endiosamiento de las tecnologías apantallantes, la mentada globalización, las novedades aparentes, la ambición desmedida y las prestaciones sociales —llámense becas, premios, patrocinios o cualquier otro tipo de componendas— han mermado la sensibilidad (si la hubo) y el sentido crítico del artista (si lo tiene).
“Así que el arte de nuestro tiempo si no se aferra a un dios sustituto —el dinero, el poder, el éxito, la ocurrencia de aparecer y el desmán del parecer— o se subordina a otra actividad —la ciencia, la tecnología, la religión, la ideología, la réplica, el espectáculo— no encuentra una finalidad definida más que la de interrogarse infinitamente a sí mismo. Pero creo que es este arte, precisamente, el que se interroga, el único que tiene posibilidades, tal vez, de encontrar respuestas y, quizá, de trascender”.
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