martes, 9 de agosto de 2011

LOS RETOS CULTURALES DEL GOBIERNO DEL ESTADO DE DURANGO.

Performance de Marina Abramovic


LOS RETOS CULTURALES
DEL GOBIERNO
DEL ESTADO DE DURANGO.

Fernando Andrade Cancino

Decía Octavio Paz que “los burócratas gastan más en administrar que en fomentar la cultura”. (Proceso Nº 352).  Piensan que la cultura es un departamento de administración y resuelven los problemas de la cultura con acuerdos, con disposiciones, con reunioncitas selectivas que sólo buscan la auto legitimación, mientas en lo oscurito ejercen una política fascista que los lleva a comprometer a sus trabajadores –por escrito- a no hablar mal de la dirección de la institución, y a hurgar en los archivos y memorias de sus computadoras, evitando que entren a las redes sociales. “Pero la cultura nunca ha sido acuerdo administrativo. Así no se escribe ni un poema ni una novela ni se pintan cuadros ni se hace un festival de poesía. Para que haya todo esto es necesario que haya antes una atmósfera social, fundada en la consulta, en el consenso, en el diálogo que no debe ser exclusivo de un grupo, una persona, un partido, un Estado, o una iglesia. Debe ser plural”.
El Durango de ahora requiere una sociedad democrática y libre, con una política artística y social, como señala Jorge Sánchez Cordero en “Los retos culturales del Congreso” (Proceso N° 1813), y como Durango va a la cola de los demás estados en cultura, gracias a las políticas y los políticos emanados del PRI, pero sobre todo al amiguismo y nepotismo que estos ponen en práctica, la coordinación real en acciones culturales entre las diferentes instancias del gobierno estatal es nula, ya que los mecanismos de participación social -y con la IP-, sólo son “jarabe de pico”.
La oferta política de los partidos en Durango en cuanto a cultura se refiere es inexistente, ya que quienes tienen, o han tenido, representación popular y responsabilidad política, han ignorado, como en la elaboración de la Ley de Cultura del Estado de Durango, en el sexenio pasado, que ni siquiera tomó en cuenta las observaciones de quienes entonces dirigían, administraban y trabajaban en el  Instituto de Cultura del Estado de Durango, haciendo -el grupo de caciques culturales que domina desde hace 20 años, en beneficio propio, las instituciones culturales y educativas, además del congreso estatal- una ley sacada de la manga a través del socorrido “copiar y pegar” (copy and paste)  de leyes similares de otros estados del país; decía, han ignorado a creadores y productores de arte y cultura.
Haber elaborado  esta propuesta, con cuidado y esmero, por personas apartidistas, hubiera significado un avance sensible para la cultura en Durango. Hubiera sido un plausible ejercicio democrático. El pueblo de Durango no tiene por qué aprender democracia, “los que tiene que aprender la democracia son quienes nos gobiernan. El gobernador, los altos burócratas, los funcionarios del gobierno. Tienen que aprender a oír. Nunca oyen”. 
Dice Sánchez Cordero, a quien glosamos y citamos enseguida a lo largo de este texto, que “los tiempos de la cultura tienen su propio ritmo y son totalmente independientes de los tiempos políticos; no admiten ser subordinados a los tiempos e intereses políticos. 
“La herencia cultural, la diversidad cultural y el desarrollo humano sostenido  implican el que una comunidad tenga una conectividad histórica, consistente en el uso continuo y en la transmisión intergeneracional de su Patrimonio Cultural Inmaterial”, el cual muchos artistas y creadores hemos contribuido a crear en épocas distintas, pero que al parecer y dependiendo de quién dirija el ICED, o quién sea diputado o gobernador, tal conectividad en  Durango se limita a una etapa sexenal o trianual, quedando así roto el proceso de conectividad histórica, y rota la misma comunidad cultural, como es evidente en estos días.
Resulta pues imperativo identificar a los grupos o comunidades culturales que deben ser necesariamente consultados en la elaboración en los inventarios o cartografías del Patrimonio Cultural Inmaterial (y por supuesto del Material), que no se agotan en la mera formulación de conocimientos tradicionales (como el folklore) y que no pueden ser encapsulados en una lista, menos en una agenda o cartelera de eventos.  Debe imperar la institucionalización de actividades, proyectos y programas en la salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, pero se deben evitar en tal sentido las inercias; ¿Por qué cada año hay Jornadas Villistas, o encuentros de Cronistas Municipales, o Festival Revueltas, y por qué siempre –independientemente de la dirección de cultura en turno-, son los mismos burócratas, comisionados o no, quienes los programan y ejecutan?  
La comunidad cultural de Durango, sus grupos, deben conservar sus vínculos con los ancestros, con los espacios culturales y las tradiciones, es cierto, pero también con las pocas instituciones establecidas para ello, y no sólo unos cuantos beneficiarios sexenales o transexenales.
Nuevas formas de convivencia y nuevos sentidos para el futuro son inhibidos por una burocracia y una partidocracia dictatorial, para quienes la cultura es sólo un coto de poder desde donde otorgar dádivas con el dinero del pueblo como un medio más para hacer campañas políticas casi permanentes, o para enriquecerse en lo personal.
La democracia cultural merece hoy un desarrollo importante, hay que dar participación a todos los agentes que actúan en el espectro social –grupos y comunidades- pero más significativamente darles acceso a las decisiones que les atañen, en vez de negárselas como ha sucedido en este primer año del ya no tan nuevo gobierno estatal.
Los derechos culturales se hicieron depender en Durango de un verdadero galimatías, inaplicable en la práctica; una demagógica y retórica Ley de Cultura que habla del derecho a la cultura y no del derecho al acceso a la cultura, ya que es obligación del estado proveer de los medios para acceder a la cultura, y uno de los medios para facilitar el acceso a la cultura es su democratización.
Es necesario fundar políticas públicas de cultura, como lo es el fortalecimiento de una política artística y cultural constructiva en beneficio de la creación, una política que subraye la importancia fundamental del arte (no sólo del folklore) y de los artistas en nuestra sociedad (no sólo de bellas intérpretes de la canción o declamadoras al viejo estilo).
A nuestra sociedad se le impuso el oír y callar, lo que ahora se pretende hacer también con poetas y escritores, desvaneciendo así la memoria pública ante la carencia de creadores que nos muestren las referencias culturales preestablecidas que ahora se olvidan, se reprimen, al censurar la crítica o coartar la libertad de expresión, menguando significativamente nuestra conciencia para cuestionar, meditar y recordar.
Sin la articulación de la memoria pública no hay legado cultural, artístico y científico que transmitir. De ahí que el Durango de hoy requiera de una sociedad democrática y libre, con una política artística y social, y no “direcciones culturales” amañadas, vengativas, coludidas, prepotentes, autoritarias y demagógicas, impuestas por funcionarios que sólo defienden sus onerosos sueldos -y lo peor de todo-, con desconocimiento de lo que es la Alta Cultura, y el consecuente distanciamiento de amplios e importantes sectores sociales.    

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